viernes, 22 de agosto de 2014

Hoy no estoy muy católico.

La frase de hoy es de esas que siempre me ha parecido especialmente enojosa. Lo peor de todo es que llevo oyéndola toda la vida; incluso hoy es parte de mi cotidianidad. ¿Hay algo tan frustrante como pedirle cualquier cosa a alguien –léase amigos, padres, familiares— y que te conteste con un "No" de esos desganados, como para que no te enfades y montes una escenita o algo así, rematándolo con: ”Es que hoy no estoy muy católico (o católica)"? ¿Se puede encubrir de manera más sutil (o rastrera) el hecho de que no te da la gana de hacer algo? Se me vienen a la cabeza veinte mil situaciones —a cual más indignante— en las que he oído usar esta expresión de marras, aunque la primera que recuerdo, no obstante, tiene un punto de nostalgia, ya que me la dijo mi madre hace muuuuchos veranos: "Cariño, hoy no te llevamos a la feria, que no estás muy católico." Yo, que por aquel entonces no había hecho ni la Primera Comunión, me pasé varios días con fiebre sólo de pensar que a lo mejor me estaba convirtiendo en testigo de Jehová, en mormón o hasta en moro, que en eso se transformaban los niños y niñas que no estaban bautizados (aunque molaba un poco pensar que de mayores acababan todos metiéndose en la tele). Tanto es así que un par de años más tarde, la víspera de la Comunión, recé como un loco para estar lo suficientemente católico al día siguiente; no demasiado... lo justo para no quedarme sin tarta.

De más mayor eran los demás los que no estaban católicos o católicas. Especialmente dolorosa fue la vez en que queriendo invitar a un helado a una compañera de clase que me traía de cabeza me contestó: "¿Esta tarde? No puedo, es que no estoy muy católica.". Lo doloroso fue descubrir que unas horas más tarde había recuperado la fe y la compartía  con un tiparraco de la otra clase (los tíos de la otra clase siempre eran de lo peor).

Me llevé años pensando que cada vez que alguien pronunciaba la dichosa frase de marras ya no había nada que hacer: o se estaba católico o había que olvidarse de hacer planes. Sin embargo, un día todo cambió: alguien me mostró el antídoto, la contrafrase. Hoy  recuerdo aquella revelación como si acabase de ocurrir hace unos instantes...

Y ahí estaba yo, en aquel entrañable aula de segundo de B.U.P., partiéndome de risa con las imitaciones de mi amigo Fernando, que captaba cada detalle de las voces, los gestos y las expresiones de los profesores y profesoras que compartían con nosotros aquellos maravillosos años. No había quien se le resistiera, pero, como todo artista, tenía sus números especiales que siempre desataban las carcajadas de su audiencia y que eran demandados una y otra vez: las imitaciones del profesor de Geografía (también llamado "El Pirata") y la profesora de Latín. Fernando era capaz de imitar su forma de andar, sus muecas y su tono de voz, lo cual no era fácil, pues era una castellana de pura cepa, con una apariencia regia, pero fría como el hielo y que con sólo decir una palabra hacía que se te cortara la respiración (años después pude comprobar que todo era una pose y que, además de una bellísima persona, era también muy agradable y cercana). Aquella mañana quiso el horario que tocara Latín justo cuando Fernando terminaba su actuación.

Como casi siempre, la profesora llegó puntualmente, impecablemente peinada y marcada, con la manicura rojo sangre recién hecha y perfumada como ninguna, dejando constancia de su presencia. Con ella allí, no había día en que no bajara unos grados la temperatura de la clase. Tocaba corregir unas frases, y, como era habitual, la profesora eligió al azar. Se dirigió a una compañera y le preguntó con esa sonrisa que tienen algunas personas que hace que te acuerdes del póster de la película "Tiburón" sin saber por qué, pero que te acuerdas: "Señorita, ¿quiere usted salir al encerado?" (Ella no solía decir "pizarra".) Nadie, y quiero decir NADIE, se atrevía a contestar a esa puñalada trapera de pregunta: el procedimiento era salir directamente a la pizarra (nosotros no decíamos "encerado") y que fuese lo que Dios quisiera. Pero aquel día (glorioso), la incauta compañera que había sido honrada con la pregunta criminal osó contestar. Nada más hacer el gesto con la boca para hablar, todos aguantamos la respiración y la contuvimos hasta que formuló aquellas malditas palabras, una a una: "No, es que hoy no estoy muy católica." ¡La maldita frase sin réplica! ¿Cómo no se nos había ocurrido? Durante unos instantes, décimas de segundo, saboreamos las mieles del éxito: se acabaron para siempre el encerado, la pizarra y el tiburón... Y, de pronto, vimos, así, en cámara lenta, cómo erupcionaba el Vesubio ante nuestras narices, en latín y hasta en griego. Lanzando repetidamente el índice contra el encerado —había vuelto de entre los muertos—, con tal fuerza que iba impregnando la madera verde del rojo de la manicura, la profesora, con voz atronadora, marcó sílaba a sílaba la indiscutible réplica a la frase de marras:

"¡¡A mis clases se viene ca-tó-li-ca, a-pos-tó-li-ca y ro-ma-na!!"



Curiosidad - Dos que tampoco estaban muy católicos:

Calvino
Lutero

El cartel de "Tiburón", por si alguien no lo recuerda:






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